“Eran
veintisiete muchachos que caminaban por la tierra. Pasaron por aquí de nuestra
mano y hoy viven en el cielo. Este templo de Dios y esta casa de oración
pregonan, Señor tu misericordia mantiene imperecedero su querido recuerdo”. (Retiro
de San Javier del Valle)
Mucho
verde. Rocas y flores. Un silencio casi sagrado. El aire puro de la paz serena
y sólo el ruido de una cascada es lo que se respira al llegar al corredor
interior de la Casa de Retiros Espirituales San Javier de Valle, llena de los
típicos geranios merideños.
A
entrar se observa un ábaco de madera con 27 nombres de jóvenes estudiantes.
¿Qué significa?...
Era
viernes. 15 de diciembre de 1950. Comenzaban las vacaciones navideñas en el
colegio San José de Mérida, dirigido por los Padres Jesuítas, y los jóvenes
esperaban pasar esos días con sus familiares. Un avión comercial sale con
destino a Caracas. Huele a Navidad. Suben 27 alumnos. El avión bordea la Sierra
Nevada y remonta las cimas de Apartaderos. De repente, la nave se estrella en
el páramo Los Torres, municipio Monte Carmelo, en el estado Trujillo.
Comienzan
las llamadas angustiosas de los padres impacientes que aún mantienen las
esperanzas de encontrar muchachos con vida. Pero luego d días de zozobra, se
lee el titular de prensa: “Todos muertos”.
A
partir de ese momento, el dolor de tantas familias se une para mantener
imperecedero el recuerdo de los 27 jóvenes estudiantes que alegremente abordar
avión con la emoción y el espíritu Navidad.
Hoy día, a 40 años de la tragedia, la belleza del
lugar escogido para recordar a los jóvenes nos acerca a la armonía perdurable.
No hay tristeza… hay paz.
Al
final de un largo corredor, está la capilla, construida toda en caoba. Obra del
maestro Jesús Berecíbar, padre de nuestro compañero de trabajo Josu Berecíbar
Aramburu, supervisor de Artes Gráficas y quien accedió a contarnos parte de esa
historia.
Éste
es el relato de Josu Berecíbar Aramburu de hace 25 años, en una entrevista
realizada a la autora de este relato Zorely Figueroa en 1990.
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Yo vivía con mis tíos, padres de uno de los jóvenes que se mató en el accidente
y que era mi primo: Jon de Berecíbar. En ese entonces el padre José María
Vélaz, rector del colegio San José de Mérida, habló con mi tío y le refirió la
necesidad de hacer algo en memoria de los jóvenes.
Yo,
que tenía 18 años, sabía tallar la madera, arte que había aprendido a su vez de
mi padre, quien se encontraba en el país vasco y estaba próximo a venir a
Venezuela.
Los
primeros días de 1951 viajé a Mérida. Se comenzó a preparar el terreno del
Valle se hicieron algunas cabañas y se arregló el embalse. La primera cabaña se
llamó Monte Carmelo, en memoria del lugar donde cayó el avión, en el estado
Trujillo.
El
artífice del trabajo de la capilla fue mi padre, él me daba las orientaciones y
yo seguía con la obra. El retablo, el comulgatorio, el púlpito, las esculturas,
todas las figuras, adornos y símbolos fueron tallados a mano en madera de
caoba. Pudiera enumerar pieza por pieza. En la mesa del altar, en la parte
alta, están los nombres de cada uno de los muchachos. La mesa tiene dos
columnas salomónicas en estilo barroco, con talla de hojas y frutos y un panel
central. Todo el trabajo de escultura fue compartido entre mi papá y yo.
Toda
la capilla es un símbolo escultórico a los muchachos, cuyos rostros están
también tallados en el Púlpito. Fue un arduo trabajo que culminó - en taller, es
decir, aún sin color, ni pulitura, sin montar -, a mediados de 1953.
El
maestro Berecíbar se radicó definitivamente en Venezuela donde murió hace 35 años en la Isla de Margarita, en la que fundó la Escuela Artesanal de
Santa Ana.
Por
su parte, Josu quien comenzó a trabajar en Creole en 1954. Murió el 26 de
septiembre de 2015 en la Enfermería Provincial a los 80 años de edad.
La
Casa de San Javier del Valle, que se construyó con dolor en memoria de los 27
estudiantes, es hoy día un centro de retiro espiritual, donde se busca el
sosiego, la paz interior y el acercamiento con Dios.
En
este mes de diciembre, mes de reflexión sobre el amor, el sacrificio y la
meditación de lo profundo, quisimos recordar esta historia que hace 65 años
hizo repetir al unísono: “¡Quédate con nosotros, Señor!”.